jueves, 29 de noviembre de 2007

"Kerouac entra en la disciplina del haiku desde la libertad" - entrevista a marcos Canteli, su traductor

Marcos Canteli (San Julián de Bimenes, 1974) afronta con Libro de jaikus, de Jack Kerouac, su segundo trabajo de importancia en el campo de la traducción, tras verter con éxito Pie­ces (Pedazos, Bartleby Editores, 2005), del también norteamericano Robert Creeley. El poeta, que está a punto de leer su tesis doctoral en Duke University (EE UU), es autor de tres poemarios, el último de los cuales, Su sombrío (DVD Poesía, 2005), mere­ció el premio «Ciudad de Burgos».

-¿Qué conexión hay entre el Kerouac narrador y el Kerouac poeta de haikus?-En ambos (si es que cabe separar­los) hay una relación con la escritura como forma de libertad. El Kerouac de la famosa «prosa espontánea» y el de los jaikus concibe la escritura como exploración, despojamiento, fidelidad a un latido no literario, sino vital.

-¿Basta el cultivo del género para atemperar, como dice en el prólogo, la épica autobiográfica del autor de «En el camino»?
-No sé si basta, pero, indudable­mente, ayuda. Animado por lecturas budistas y zen, por amigos como Gary Snyder, Philip Whalen, etcétera, el jaiku supone para Kerouac entrar (insisto: desde la libertad) en una dis­ciplina de atención que, en cierta medida, diluye ese peso de lo biográfi­co. En el jaiku. como en el zen, se borran los límites entre el adentro y el afuera. Es consagración de lo mínimo y de lo cotidiano, y, en ese sentido, es también profundamente antiépico.
-El haiku, por sus restricciones métricas, coarta, es una celda; pero, al mismo tiempo, comporta un ideal de sencillez y naturalidad lingüística en el que muchos poetas han queri­do liberar su lenguaje. ¿Es así, tam­bién, en el caso de Kerouac, aunque él ignore las normas prosódicas de la estrofa?-Sí, diría que sí. Y no sólo ignora el cómputo silábico, sino que en ocasiones presenta como jaikus poemas de dos versos. Esa sencillez, instantanei­dad y capacidad de condensación del jaiku es lo que a él le interesa. De ahí que en algún momento los llame pops (explosiones, saltos), eso que salta ante los ojos.

-¿Qué dificultades le ha plantea­do la traducción?
-Varias. La primera, quizás la más evidente, la peculiar puntuación y orto­grafía de Keroauc, que he intentado respetar en la medida de lo posible (y que muchas veces obedece a criterios musicales, pero también a cuestiones del soporte de la escritura, de la inme­diatez de ésta, su calidad de apunte); luego hay algún jaiku que, simplemen­te, resulta intraducibie, porque conden­sa campos semánticos, fónicos, etcéte­ra, imposibles de trasladar a otra len­gua, además del peso de lo coloquial (Creeley decía que Kerouac era sobre todo un «verdadero oído» y una «voz humana»), del cambio de imaginario o, en ocasiones, del juego con el absurdo.

-Elija un haiku de Kerouac y diga por qué le gusta.-Hay muchos, pero, por ejemplo, éste: «Amarilla y baja / la luna -deba­jo / El candil, la calma de la casa». Tal vez algún día logremos vivir ahí

1 comentario:

Manuel dijo...

Sí, claro, se trata de eso: de las voces vivas y femeninas que nos llegan desde la cocina; de saber lo que se debe hacer cuando la tierra de Buda se presenta navegando en el tazón de cacao: pastel, hule, desagüe del fregadero. Es lo que siempre quisimos escribir, todas las conversaciones del mundo, abriendo espacios (entre paréntesis) para liberar toda la intimidad del pensamiento. De la mente perfecta, una mente de rayo, capaz de condensar mil páginas en una sola palabra, mil viajes en un solo segundo.